El silencio inundaba la noche, y sólo se escuchaba a lo lejos, el canto de las chicharras, que fuertemente elevaban su fatídico canto, hasta reventar en pedazos - siempre me he preguntado el porqué de este final tan terrible de las chicharras, que cantan hasta agotar sus fuerzas, para terminar muriendo.
Ansiosa esperaba. Los minutos parecían horas, casi siglos, convirtiendo la espera en un suplicio. Por esas cosas del destino, soy una acérrima fanática de la puntualidad, por eso, me sentía tan angustiada... y bueno... fastidiada, por su tardanza.
Desde bien temprano, había preparado el ambiente, dándole un toque romántico a cada rincón de mi nidito. La mesa, las velas sobre ellas, las flores, el aroma que invadía el lugar... todo era perfecto. Y yo... sencillamente ataviada, con los colores del amor; con mi cabello perfumado, cayendo libre sobre mis hombros; mi cuerpo limpio, perfumado con la fragancia que un día él me regaló. Como me lo habia pedido alguna vez, apliqué el perfume, en cada parte de mi cuerpo, sugerida por él: mi nuca, debajo de mis senos, en mi cuello, en cada coyuntura... mi cuerpo era un solo aroma para él.
Los minutos transcurrían, y mi angustia aumentaba. Podría preguntarme si me dejaría plantada, si algo le habría sucedido, si habría tenido algún impase para poder llegar a tiempo... si estaría atendiendo a algún paciente repentino; pero conociéndolo, estaba plenamente segura, que con toda la frescura del caso, se encontraría viendo televisión, o dándose un largo baño, o tal vez leyendo o escribiendo - escribir es su pasión; por eso era mejor no cavilar, ni ponerme a tejer suposiciones que a la postre vendrían a resumirse en eso último. En algún momento sentiría sus llaves abrir la puerta de mi apartamento... y yo.. me haría la dormida... y ¡cómo me demoraría en despertar!, asi me llamara a voces... jaja...
Tal como lo había pensado, sentí las llaves abriendo la puerta. Traviesa, corrí a recostarme en el sofá, para acomodarme hermosa en él, y pretender que dormía a pierna suelta, en posición de espera. Sentía sus pasos acercándose... ufff. mi corazón quería salirse... ¡¡Cómo palpitaba!! Mmmm... ya sentía su perfume. Su calor ya estaba cerca. Sentí sus llaves caer sobre algún lado... sus pasos ya eran míos... qué cerca lo sentía. Tal vez se arrodillaba frente al sofá y me miraba... De pronto, sentí su mano sobre mi cabeza... sentí su mano mesando tiernamente mis cabellos... el calor era más intenso sobre mí... yo aún no "despertaba". Mis labios, ligeramente entreabiertos, sintieron la caricia de otros labios... de los suyos, que suavemente hurgaban en los míos... ¿Y yo?... quieta... "dormida"... Ayyy, delicia de cielos azules!!! quería que continuara... Mis ojos... aún cerrados, ya no por pretender estar dormida, sino por lo hermoso del instante, recibieron sus labios tiernos en un beso adorado. Mis mejillas sentían la suavidad de sus besos casi imperceptibles, arrebatadores. Y mis labios... y mi corazón... y mi cuerpo... no pudieron resistir más, y despertaron ante aquellos labios, ante aquel cuerpo que me irradiaba su calor. Calor bendito que inundaba mi piel, y hacía que mi corazón se acelerara.
Elevé mis brazos y lo abracé con fuerza contra mí... Momento divino. La fuerza de su ternura, había despertado en mí todo ese amor que guardaba de siglos, que sólo para él se reservaba. Y lo besé ávidamente, saboreando cada segundo, palpando su olor, degustando su piel, a través de aquella tela que cubría hermosamente su cuerpo. Todo el espacio y el tiempo se confabularon para el instante. Abrí lentamente mis ojos, y allí frente a mí estaba, como lo soñaba cada noche. Allí estaba y me besaba y yo devolvía cada beso, cada caricia recibida... lenta... suavemente, con sublime y celestial dedicación; poniendo mi vida en cada beso, en cada palpar de su piel. Minutos... tal vez horas... no pensamos en otra cosa sino en llenar de amor ese instante que se nos ofrecía hermoso, pleno de dicha mutua y placentera. Mis besos ya eran sus besos... los suyos surcaban el espacio de mi cuerpo que ávido poseía cada ósculo recibido. El éxtasis colmaba el espacio... convirtiéndose en celestina de aquel ansiado encuentro. Explosión de apasionadas luces y una metáfora de amor, inundaron la noche.
Afuera llovía... ¡Qué hermosa noche! La espera había tenido su recompensa.
11/19/2005